miércoles, 13 de junio de 2012

Capítulo II: Del Bosque Encantado a Coyhaique

Anterior Capítulo I: Chaitén - Queulat

Día 3: Llegar a Coyhaique
Sabíamos que había un bus que pasaba fuera del parque a las 07.00 a.m., por lo que esa noche fue corta. Nos levantamos a las 05.30 a.m. para guardar sacos, carpa y caminar la media hora hasta la carretera. Llovía fuertemente, así que fue difícil. Nos despedíamos del Queulat sin haber visto el ventisquero en su plenitud.
Al momento de poner un pie en la carretera divisamos el bus que venía hacia Coyhaique. El precio del transporte nos ayudó a decidir si íbamos o no al bosque encantado, si a Coyhaique el pasaje salía $8000, al bosque encantado sólo eran $1000. Aprovechamos que salimos temprano y decidimos ir a conocer el bosquecito ese. 

A continuación comienza el relato de lo que sería la aventura del viaje. Relato del que lamentablemente no tengo fotografías así que intente imaginarse el panorama. En mi opinión, el paisaje más hermoso del viaje.
El bus nos dejó justo donde empezaba el sendero, en medio de un bosque a un costado del camino. Llovía fuertemente pero estábamos convencidos de hacer ese sendero, así que nos internamos unos 500 metros por un terreno plano bien delimitado entre medio del bosque hasta llegar a una pequeña area de descanso, lugar donde dejamos las mochilas. Coinsidentemente seguía lloviendo, por lo que dejé mi mochila con su cubre mochila, el que era de un color amarillo intenso que casi contaba con la propiedad de fosforescencia. Ese pequeño acto marcaría la salvación quizás de nuestras vidas posteriormente. Una vez listos para continuar el sendero sufrimos de una leve desorientación que nos llevó a internarnos dentro del bosque, siguiendo una supuesta huella que a ratos se perdía porque en realidad nunca fue huella, simplemente se trataba de areas más despejadas de vegetación. Caminamos alrededor de 20 minutos cuando comenzamos a reconocer lugares y nos dimos cuenta que sólo transitábamos en círculos. Tórpemente caminamos en línea recta hacia la dirección que creíamos era la indicada para salir de aquel denso bosque, pero la espesa vegetación muchas veces hacía desviarte y tomar otro rumbo. Bajamos por una pequeña vertiente pensando que nos llevaría al camino, pero esta sólo se perdió entre la vegetación imposible de atravesar. A veces dábamos un paso y nuestra pierna se hundía completamente en el terreno por pisar un lo que fue un tronco podridísimo y ya frágil cubierto en musgo. A esas alturas ya estábamos comenzando a ponernos nerviosos y colgamos un pañuelo que llevaba puesto a modo de bufanda en un pequeño claro al que por alguna extraña razón siempre terminábamos llegando. Comenzamos a avanzar buscando una salida, pero siempre volvíamos a este señuelo dejado en este viejo árbol. En algún punto Oscar me pidió que me quedara en ese lugar y él salió a buscar la salida. En un principio sentí mucho temor por separarnos pero nos manteníamos gritándonos cosas para no alejarnos demasiado. En ese instante me sentí como un personaje más de la película The Blair Witch Project, pensando que nuestro viaje llegaría hasta ahí no más. Hacía frío, y estábamos completamente mojados por la lluvia y distintas caídas que sufrimos. Volvimos a reunirnos. A ambos se nos notaba el nerviosismo y en ese momento Oscar me pidió que lo besara y abrazara fuerte. Nos calmamos un poco y seguimos buscando la salida. Un par de vueltas más en círculo y de la nada levanto la vista y a lo lejos aparecía este amarillo casi fosforescente de mi mochila. Creo que grité emocionadísima y corrimos hasta allí. Habíamos salido del bosque. Realmente era mágico y nos había jugado una mala pasada. Estuvimos perdidos poco más de una hora sin nada más que con lo puesto. 
Ha sido el susto de mi vida.
Una vez compuestos luego de la experiencia vivida vimos que el sendero muy delineado, seguía justamente por la dirección contraria a la que habíamos seguido nosotros, ocasionando nuestro extravío. Aún era temprano y ya estábamos allí, así que decidimos realizar el sendero de todas maneras. Resultó que era bastante sencillo. Cerca de una hora y media subiendo un fértil cerro. La lluvia no se detuvo en todo el trayecto y el tupido bosque no permitía que vieras el espectáculo que vivirías una vez finalizado el sendero.
De un momento a otro te encontrabas en la cumbre y a tu alrededor cumbres más altas con enormes glaciares sobre ellas. Cada lado de las diferentes cumbres contaba con caídas impresionantes de agua producto de los diferentes glaciares que podías apreciar desde muy cerca. Recuerdo una en particular que ocupaba casi toda la superficie de la pendiente y se encontraba frente a uno. Todo confluía en un gran río que fuertemente descendía a un costado de donde terminaba el sendero. En ese momento, luego de contemplar maravillados el paisaje, la lluvia comenzó a caer más fuerte. Todo se redujo a agua y su sonido: un sublime ruido blanco natural. Por esa razón no me atreví a sacar mi cámara fotográfica para capturar la magia del bosque. Lo que puedo decir es que el bosque encantado se convertirá en una para obligatoría cada vez que vuelva al sector. Unos pocos minutos y comenzamos a descender.
Durante la bajada di por muerta mi cámara pues de mi bolso caía un chorro de agua. Recogimos nuestras mochilas y salimos hacia la carretera. Allí nos encontramos con un grupo de 3 israelíes que se guarecían bajo un toldo de camioneta, lugar donde Oscar pudo cambiar su ropa mojada por una en mejor estado. No pasó mucho tiempo hasta que un camión 3/4 nos llevó hasta el cruce de Puerto Cisne, allí los israelíes tomaron algo que los llevó de vuelta hacia el Queulat y nosotros quedamos acompañados de 3 personas más de las cuales recuerdo a Álvaro (a quién nos encontraríamos en más lugares) y a Pato Patricio, un santiaguino de Cerrillos radicado en Coyhaique. Y allí estaríamos horas. Y horas.
Por algún extraño motivo yo era la que debía hacer dedo mientras los caballeros se guarecían bajo la garita. Luego de un rato llegarían los alemanes con quienes nos habíamos encontrado en El Amarillo, cerca del lago Yelcho, así que era la oportunidad para hacer un relevo definitivo. Poco y nada de autos circulaban, era la hora de almuerzo y si había algo que todas las personas hacían en esa hora era almorzar. Así que tipo 3 de la tarde vimos una camioneta que venía desde Puerto Cisne y que se detuvo en el cruce donde bajaron unos mochileros. Sin perder la oportunidad y con un monumental "sopermi", los cinco que íbamos con dirección a Coyhaique nos subimos rápidamente a la camioneta del gentil hombre que no se opuso... o mejor dicho no pudo oponerse.  Los chilenos en la cabina y los alemanes en el pick up con una lluvia de las que sólo se dan en el sur más el viento de la velocidad. Pobres de ellos, si no lo soportaron, hicieron parar otra camioneta que venía tras nosotros y se cambiaron. A nosotros nos dejaron en el cruce de Puerto Aysén, ya estábamos casi en Coyhaique y el Sol resplandecía. Con Oscar teníamos toda nuestra ropa estilando así que nos subimos a un bus que nos cobró mil pesos hasta Coyhaique. El resto quizo sacarla gratis.
A medida que nos acercábamos podíamos divisar la particularidad geográfica que rodeaba la ciudad. Los cerros eran curiosos, escamados y sus laderas eran de colores dorados y verdes intensos. De pronto, subías un cerro y te encontrabas con el campo de molinos de viento y de fondo la postal de la ciudad a los pies del cerro McKay. Sencillamente maravilloso. No podía esperar más, quería llegar a secarme y salir a recorrer la ciudad.
Y llegamos. Buscamos donde alojar, tarea difícil puesto que por algún motivo que desconozco todas las señoras dueñas de hostales les molestaba la presencia de nosotros. Tal vez eran así, no lo sé, pero eran secas, abruptas y cortantes, como si se molestaran por que quisiéramos arrendarle una pieza. Si ofreces algún servicio debes ser amable con la gente que lo solicita. En fin, encontramos una pieza por seis mil cada uno y la tomamos. Nos duchamos, secamos, tendimos un par de cosas y partimos con nuestra ropa a la lavandería más cercana. Teníamos que darnos un gusto que sea. Por lo cansado que estábamos caminamos un poco y nos acostamos temprano, al día siguiente recorreríamos la ciudad.

Día 4: Recorriendo Coyhaique
Nos levantamos tarde y salimos a caminar. Lo primero que hicimos fue abastecernos así que partimos al Homecenter a comprar un par de gases y unas capas impermeables. Luego era el turno del supermercado para reestablecer los tallarines como la base de nuestra alimentación.
Después de almuerzo lo típico de Coyhaique: a la piedra del indio, ubicada a la orilla del río Simpson y que se encontraba bastante cerca de donde nos estábamos alojando. Debíamos bajar con esta vista al McKay:




Cruzar un puente colgante y...



Pensaba que era más grande. Hacia el otro lado:




Ahora podíamos decir que estuvimos en Coyhaique. Dejamos el lugar para ir a conocer otro, el río Coyhaique. Una mezcla entre mirador y plaza lo hacía mucho más atractivo, puesto que con la vegetación cercana al río a penas se veían destellos del agua.


Plaza mirador río Coyhaique.

Y por supuesto el ovejero.





Se hacía tarde. Acudimos a la oficina de información turística para adquirir un mapa de la zona, puesto que torpemente no teníamos ninguno y luego a darnos nuestro segundo gusto, ir a cenar al restorán Mama Gaucha acompañados de unos cuantos schop de D'Olbeck (cerveza que curiosamente había probado en Victoria en el mochileo del año pasado), una tabla maravillosa y una pizza deliciosa. Allí volvimos a compartir un rato con los alemanes de siempre que también habían acudido a cenar a dicho restorán. Pasamos un buen rato y al menos yo, me iba bajo la influencia de tanta cerveza a armar mi mochila para el día siguiente, día en que dejaríamos Coyhaique.



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