miércoles, 27 de junio de 2012

Capítulo III: Coyhaique - Puerto Río Tranquilo

Anterior Capítulo II: Del Bosque Encantado a Coyhaique

Día 5: Una pareja muy simpática
El despertador sonó muy temprano. Nos levantamos, nos pusimos las pesadas mochilas listas de la noche anterior y nos fuimos caminando hacia la salida sur de Coyhaique, la que por suerte se encontraba a unas cuantas cuadras. Era temprano y nuestro objetivo para el día era llegar hasta Villa Cerro Castillo, algo no tan ambicioso. Allí veríamos el cerro obviamente, principal atractivo y además quería ver las manos negativas y positivas plasmadas en el paredón cercano a la villa.
El día estaba muy claro, perfecto para hacer dedo y no morir en el intento. Primero nos paró una camioneta que nos avanzó un par de kilómetros, hasta donde había una construcción. Allí, en medio de la nada nos tomó un jeep manejado porun joven ingeniero de Concepción quien se dirigía hacia Balmaceda (aeropuerto), así que nos dejó en el cruce, donde nos encontramos en un paradero con otro chico que se dirigía a Cochrane y que quería llegar lo más rápido posible. Decidimos caminar por la cuesta en subida (no sé por qué) y al poco rato pasó el bus que iba directo a Cochrane por la módica suma de $8000. El tipo estaba desesperado por lo que lo tomó y siguió su viaje y nosotros quedamos solos en medio de la cuesta, buscamos un lugar medianamente plano y nos quedamos allí poco tiempo hasta que un camión que se dirigía a buscar leña nos llevó a escasos kilómetros de la Reserva Cerro Castillo, sólo que nosotros no sabíamos lo cerca que nos encontrábamos. Nuevamente en una subida quedamos a un costado del camino. Allí esperaríamos mucho más tiempo, eran escasos los automóviles que pasaban por el lugar. Creo que fue allí el lugar donde más suerte tuvimos en todo el viaje, luego de esperar un largo rato a ver si alguien nos llevaba, nos paró una camioneta conducida por una joven pareja que nos ofreció llevarnos. Se trataban de Francisco y Susana, con quienes pasaríamos más que un trecho de la Carretera Austral. Pero no nos adelantemos, subimos a la camioneta y comenzamos las típicas conversaciones de "¿de dónde vienen?, ¿por dónde han andado? ¿a dónde van?", un ambiente muy agradable. Y resulta que la Reserva se escontraba a la bajadita de aquella cuesta. Allí hablamos con el guardaparque que nos informó un poco sobre qué ver en el lugar. Nos recomendó subir el cerro aledaño, actividad que realizabas en un par de horas, luego de eso Francisco y Susana seguían su viaje hasta la Villa, por lo que concordamos que si a la bajada nos encontrábamos, nos pudiesen llevar hasta allá. Así que intentamos pisarles los talones todo el ascenso del cerro, pero era difícil, la pendiente era demasiada y las piedras lo hacían más complicado:




En algún momento dudé de seguir subiendo, estaba agotada. No sé de dónde pero saqué energías y motivación para llegar a la cima.
Y lo logramos, 20 minutos después que Francisco y Susana.




Allá arriba los colores eran preciosos. Esta era la vista que teníamos hacia un lado:



Desierto


Y su contraria era esta:




Insisto, los colores eran preciosos y la vista desde la altura era inigualable. Nos tomamos un par de fotografías y contemplamos el paisaje serenamente. Los paisajes en Aysén no dejaban de sorprendernos.
Al bajar nos encontramos con Francisco y Susana, iban a cocinar y luego seguir el viaje así que hicimos lo mismo. Allí nos enteraríamos el motivo de su viaje: Francisco, aburrido del trabajo de oficina quiere emprender con un negocio relacionado al turismo, por lo que se encontraba recopilando fotografías de los hermosos paisajes del Sur de Chile.
Luego del almuerzo seguimos nuestro camino espectantes a ver la aparición del cerro Castillo, ya que desde el parque no existe tal vista.


Cuesta del diablo.

Comenzabamos a darle la vueltaal macizo hasta encontrarnos con esto:




Hermoso día despejado que nos dejaba ver el cerro en todo su esplendor.
En el camino también pasaríamos por el "Bosque Muerto":


Francisco haciendo una fotografía del lugar y yo haciendo una de él.

Y ya desde las afueras de la Villa se podía observar de esta manera:





Villa Cerro Castillo no estaba tan alejado y aun quedaban horas de luz. En verdad, la Villa es un pueblo pequeñísimo y los principales atractivos son el cerro y el paredón de las manos, por lo que Susana y Francisco decidieron seguir de largo hasta Puerto Río Tranquilo y pasar a la vuelta de su viaje al paredón. Nosotros debíamos aprovechar la buena onda y seguir con ellos, así ahorrábamos un día de viaje.
Coyhaique - Puerto Río Tranquilo en un sólo día.... nada mal ¿no?
Esa noche llegamos directo al Camping el Pudú (el mejor camping en el que he estado), a orillas del lago General Carrera. Comimos y luego dormimos, la subida nos había matado.

Día 6: Lago General Carrera
Amaneció nublado y con un poco de llovizna. Era el día de las Catedrales de Mármol, o cuevas, o como quieran llamar a estas impresionantes formaciones hechas por la erosión sobre el mármol del lago General Carrera. Lo cierto es que cada una tiene su propio nombre, está la Catedral, la Capilla, la Cueva y el Túnel.
Arrendamos la lancha para los cuatro, costaba algo así como $30.000 y nos fuimos a explorar el lugar. Pensaba que estaban cercanas al puerto, pero la verdad eran alrededor de veinte minutos hasta el lugar.



Cuando comenzaron a aparecer verdaderamente yo no podía creer el escenario.
Mi actual fondo de pantalla.




La lancha entraba por cada caverna muy cuidadosamente.


Textura.





El tipo que manejaba la lancha nos contaba que en invierno, al bajar el nivel del lago, era posible caminar por las cavernas. Me entusiasmó para visitarlas en algún invierno de mi vida, aunque yo deseaba que ese día hubiese sido caluroso para haber nadado a través de ellas.


Una ventana al lago.

Ese momento recuerdo que sólo escuchaba una cosa en mi mente, La Catedral Sumergida de Claude Debussy. Escuchaba aquellas campanadas resonando entre las cavidades de aquellas moles de mármol. Escuchaba la música aflorar desde las profundidades del lago. Una música tan descriptiva para una situación tan descriptible.




Esta es definitivamente mi fotografía favorita del viaje:




El paseo se me hizo cortísimo. La vuelta fue terrible, el lago estaba "picado" y dábamos tremendos saltos al chocar con las olas, pero llegamos bien a tierra firme y justo para almorzar.
Luego de almuerzo, con Oscar salimos a caminar por el pueblo. Si hay algo que me gusta conocer de pequeños poblados como este es su respectivo cementerio. Los cementerios dicen mucho sobre la identidad de un lugar, y el cementerio de Puerto Río Tranquilo ha sido de los que más me han gustado. Con una vista privilegiada al lago, con sus respectivas casitas para cada difunto, unas más cuidadas que otras. Un lugar muy tranquilo que pero un poco angustiante también.








Un día relajado. Una vuelta por el pueblo y a dormir una siesta para recuperar las energías de la subida al cerro el día anterior, ya que al día siguiente nos tocaba otro día agotador.

Día 7: Caminata sobre hielo
Era uno de los paseos que quería hacer cuando me decidí a ir a la Carretera Austral. Caminar sobre el Campo de Hielo Norte no es algo que se pueda realizar todos lo días.
El día anterior nos preocupamos supuestamente de "hacer una reserva" para los cuatro...




Grande fue nuestra sorpresa al llegar y ver que el grupo era de quince personas acompañadas de un solo guía, siendo que por seguridad no podían exceder las seis.Tampoco podían mandar gente de vuelta, puesto que para llegar al lugar había que recorrer aproximadamente 50 kilómetros desde Puerto Río Tranquilo. Con crampones y polainas especiales comenzamos la caminata. Primero había que llegar al mirador por un sendero que cruzaba un hermoso bosque y que posteriormente se transformaba en una escalada sobre roca literalmente.
Lástima el día nublado...






Cruzamos lel límite del mirador y comenzamos a bajar por las rocas. El primer tramo era el más largo y agotador. Hielo cubierto de piedras, tierra, barro, etc (lo que se ve en la fotografía anterior). Cerca de hora y media nos tomó llegar finalmente al hielo limpio, lugar donde debíamos poner los crampones en nuestro calzado para no sufrir una caída.





Aquí comenzaba lo atractivo de la caminata. Cientos de tonalidades de blancos, azules, cian o como quieran llamar a esta atractiva gama.
A ratos se escuchaba como el hielo se fracturaba creando grietas quién sabe dónde. Daba miedo caminar por allí sabiendo que en cualquier momento el lugar donde pisas podría agrietarse.





En un momento, el guía que nos llevaba se alejó un momento para conversar con otro guía que había salido con un grupo de dos personas y ya iba de vuelta (sí, el nivel de organización de esta empresa de turismo era increíble). No pasaron 5 minutos y un muchacho de aproximadamente 18 años, por estar dándoselas de montañista con sus piolet, resbaló y cayó por lo que parecía ser una profunda grieta, o al menos esa impresión daba desde donde estaba el grupo. Mientras caía intentó afirmarse con su piolet inútilmente. Al padre del muchacho se le desfiguró la cara al verlo caer. Por fortuna para él y para el guía que nos dejó solos, la grieta tenía fondo. Y nuevamente, en menos de cinco minutos, el hermano de aquel personaje también resbalaba por la grieta. Ya a esas alturas parecía una película cómica. Al percatarse el guía de lo sucedido por los gritos del grupo, llegó corriendo a sacarlos de allí. Como si fuera poco se escuchó a la madre comentar "es que ellos suben El Plomo". FAIL.



Un mar de hielo.


Francisco y Susana.



Caminamos un poco más y llegamos a esta hermosa poza bautizada por Oscar como la "Laguna Pato Purific". Pide a gritos un chapuzón, ¿no?


























Luego de eso nos fuimos directo de regreso. El Sol dejaba ver una claridad en el Puerto con arcoiris reiterativos en el paisaje. Una última vuelta por el Puerto, ducha, cena y carpa. Al día siguiente había que dejar el lugar con rumbo hacia Caleta Tortel.




miércoles, 13 de junio de 2012

Capítulo II: Del Bosque Encantado a Coyhaique

Anterior Capítulo I: Chaitén - Queulat

Día 3: Llegar a Coyhaique
Sabíamos que había un bus que pasaba fuera del parque a las 07.00 a.m., por lo que esa noche fue corta. Nos levantamos a las 05.30 a.m. para guardar sacos, carpa y caminar la media hora hasta la carretera. Llovía fuertemente, así que fue difícil. Nos despedíamos del Queulat sin haber visto el ventisquero en su plenitud.
Al momento de poner un pie en la carretera divisamos el bus que venía hacia Coyhaique. El precio del transporte nos ayudó a decidir si íbamos o no al bosque encantado, si a Coyhaique el pasaje salía $8000, al bosque encantado sólo eran $1000. Aprovechamos que salimos temprano y decidimos ir a conocer el bosquecito ese. 

A continuación comienza el relato de lo que sería la aventura del viaje. Relato del que lamentablemente no tengo fotografías así que intente imaginarse el panorama. En mi opinión, el paisaje más hermoso del viaje.
El bus nos dejó justo donde empezaba el sendero, en medio de un bosque a un costado del camino. Llovía fuertemente pero estábamos convencidos de hacer ese sendero, así que nos internamos unos 500 metros por un terreno plano bien delimitado entre medio del bosque hasta llegar a una pequeña area de descanso, lugar donde dejamos las mochilas. Coinsidentemente seguía lloviendo, por lo que dejé mi mochila con su cubre mochila, el que era de un color amarillo intenso que casi contaba con la propiedad de fosforescencia. Ese pequeño acto marcaría la salvación quizás de nuestras vidas posteriormente. Una vez listos para continuar el sendero sufrimos de una leve desorientación que nos llevó a internarnos dentro del bosque, siguiendo una supuesta huella que a ratos se perdía porque en realidad nunca fue huella, simplemente se trataba de areas más despejadas de vegetación. Caminamos alrededor de 20 minutos cuando comenzamos a reconocer lugares y nos dimos cuenta que sólo transitábamos en círculos. Tórpemente caminamos en línea recta hacia la dirección que creíamos era la indicada para salir de aquel denso bosque, pero la espesa vegetación muchas veces hacía desviarte y tomar otro rumbo. Bajamos por una pequeña vertiente pensando que nos llevaría al camino, pero esta sólo se perdió entre la vegetación imposible de atravesar. A veces dábamos un paso y nuestra pierna se hundía completamente en el terreno por pisar un lo que fue un tronco podridísimo y ya frágil cubierto en musgo. A esas alturas ya estábamos comenzando a ponernos nerviosos y colgamos un pañuelo que llevaba puesto a modo de bufanda en un pequeño claro al que por alguna extraña razón siempre terminábamos llegando. Comenzamos a avanzar buscando una salida, pero siempre volvíamos a este señuelo dejado en este viejo árbol. En algún punto Oscar me pidió que me quedara en ese lugar y él salió a buscar la salida. En un principio sentí mucho temor por separarnos pero nos manteníamos gritándonos cosas para no alejarnos demasiado. En ese instante me sentí como un personaje más de la película The Blair Witch Project, pensando que nuestro viaje llegaría hasta ahí no más. Hacía frío, y estábamos completamente mojados por la lluvia y distintas caídas que sufrimos. Volvimos a reunirnos. A ambos se nos notaba el nerviosismo y en ese momento Oscar me pidió que lo besara y abrazara fuerte. Nos calmamos un poco y seguimos buscando la salida. Un par de vueltas más en círculo y de la nada levanto la vista y a lo lejos aparecía este amarillo casi fosforescente de mi mochila. Creo que grité emocionadísima y corrimos hasta allí. Habíamos salido del bosque. Realmente era mágico y nos había jugado una mala pasada. Estuvimos perdidos poco más de una hora sin nada más que con lo puesto. 
Ha sido el susto de mi vida.
Una vez compuestos luego de la experiencia vivida vimos que el sendero muy delineado, seguía justamente por la dirección contraria a la que habíamos seguido nosotros, ocasionando nuestro extravío. Aún era temprano y ya estábamos allí, así que decidimos realizar el sendero de todas maneras. Resultó que era bastante sencillo. Cerca de una hora y media subiendo un fértil cerro. La lluvia no se detuvo en todo el trayecto y el tupido bosque no permitía que vieras el espectáculo que vivirías una vez finalizado el sendero.
De un momento a otro te encontrabas en la cumbre y a tu alrededor cumbres más altas con enormes glaciares sobre ellas. Cada lado de las diferentes cumbres contaba con caídas impresionantes de agua producto de los diferentes glaciares que podías apreciar desde muy cerca. Recuerdo una en particular que ocupaba casi toda la superficie de la pendiente y se encontraba frente a uno. Todo confluía en un gran río que fuertemente descendía a un costado de donde terminaba el sendero. En ese momento, luego de contemplar maravillados el paisaje, la lluvia comenzó a caer más fuerte. Todo se redujo a agua y su sonido: un sublime ruido blanco natural. Por esa razón no me atreví a sacar mi cámara fotográfica para capturar la magia del bosque. Lo que puedo decir es que el bosque encantado se convertirá en una para obligatoría cada vez que vuelva al sector. Unos pocos minutos y comenzamos a descender.
Durante la bajada di por muerta mi cámara pues de mi bolso caía un chorro de agua. Recogimos nuestras mochilas y salimos hacia la carretera. Allí nos encontramos con un grupo de 3 israelíes que se guarecían bajo un toldo de camioneta, lugar donde Oscar pudo cambiar su ropa mojada por una en mejor estado. No pasó mucho tiempo hasta que un camión 3/4 nos llevó hasta el cruce de Puerto Cisne, allí los israelíes tomaron algo que los llevó de vuelta hacia el Queulat y nosotros quedamos acompañados de 3 personas más de las cuales recuerdo a Álvaro (a quién nos encontraríamos en más lugares) y a Pato Patricio, un santiaguino de Cerrillos radicado en Coyhaique. Y allí estaríamos horas. Y horas.
Por algún extraño motivo yo era la que debía hacer dedo mientras los caballeros se guarecían bajo la garita. Luego de un rato llegarían los alemanes con quienes nos habíamos encontrado en El Amarillo, cerca del lago Yelcho, así que era la oportunidad para hacer un relevo definitivo. Poco y nada de autos circulaban, era la hora de almuerzo y si había algo que todas las personas hacían en esa hora era almorzar. Así que tipo 3 de la tarde vimos una camioneta que venía desde Puerto Cisne y que se detuvo en el cruce donde bajaron unos mochileros. Sin perder la oportunidad y con un monumental "sopermi", los cinco que íbamos con dirección a Coyhaique nos subimos rápidamente a la camioneta del gentil hombre que no se opuso... o mejor dicho no pudo oponerse.  Los chilenos en la cabina y los alemanes en el pick up con una lluvia de las que sólo se dan en el sur más el viento de la velocidad. Pobres de ellos, si no lo soportaron, hicieron parar otra camioneta que venía tras nosotros y se cambiaron. A nosotros nos dejaron en el cruce de Puerto Aysén, ya estábamos casi en Coyhaique y el Sol resplandecía. Con Oscar teníamos toda nuestra ropa estilando así que nos subimos a un bus que nos cobró mil pesos hasta Coyhaique. El resto quizo sacarla gratis.
A medida que nos acercábamos podíamos divisar la particularidad geográfica que rodeaba la ciudad. Los cerros eran curiosos, escamados y sus laderas eran de colores dorados y verdes intensos. De pronto, subías un cerro y te encontrabas con el campo de molinos de viento y de fondo la postal de la ciudad a los pies del cerro McKay. Sencillamente maravilloso. No podía esperar más, quería llegar a secarme y salir a recorrer la ciudad.
Y llegamos. Buscamos donde alojar, tarea difícil puesto que por algún motivo que desconozco todas las señoras dueñas de hostales les molestaba la presencia de nosotros. Tal vez eran así, no lo sé, pero eran secas, abruptas y cortantes, como si se molestaran por que quisiéramos arrendarle una pieza. Si ofreces algún servicio debes ser amable con la gente que lo solicita. En fin, encontramos una pieza por seis mil cada uno y la tomamos. Nos duchamos, secamos, tendimos un par de cosas y partimos con nuestra ropa a la lavandería más cercana. Teníamos que darnos un gusto que sea. Por lo cansado que estábamos caminamos un poco y nos acostamos temprano, al día siguiente recorreríamos la ciudad.

Día 4: Recorriendo Coyhaique
Nos levantamos tarde y salimos a caminar. Lo primero que hicimos fue abastecernos así que partimos al Homecenter a comprar un par de gases y unas capas impermeables. Luego era el turno del supermercado para reestablecer los tallarines como la base de nuestra alimentación.
Después de almuerzo lo típico de Coyhaique: a la piedra del indio, ubicada a la orilla del río Simpson y que se encontraba bastante cerca de donde nos estábamos alojando. Debíamos bajar con esta vista al McKay:




Cruzar un puente colgante y...



Pensaba que era más grande. Hacia el otro lado:




Ahora podíamos decir que estuvimos en Coyhaique. Dejamos el lugar para ir a conocer otro, el río Coyhaique. Una mezcla entre mirador y plaza lo hacía mucho más atractivo, puesto que con la vegetación cercana al río a penas se veían destellos del agua.


Plaza mirador río Coyhaique.

Y por supuesto el ovejero.





Se hacía tarde. Acudimos a la oficina de información turística para adquirir un mapa de la zona, puesto que torpemente no teníamos ninguno y luego a darnos nuestro segundo gusto, ir a cenar al restorán Mama Gaucha acompañados de unos cuantos schop de D'Olbeck (cerveza que curiosamente había probado en Victoria en el mochileo del año pasado), una tabla maravillosa y una pizza deliciosa. Allí volvimos a compartir un rato con los alemanes de siempre que también habían acudido a cenar a dicho restorán. Pasamos un buen rato y al menos yo, me iba bajo la influencia de tanta cerveza a armar mi mochila para el día siguiente, día en que dejaríamos Coyhaique.



lunes, 11 de junio de 2012

Capítulo I: Chaitén - Queulat

Anterior Introducción a la Carretera Austral


Día 1: Primera impresión de la ruta 7
El panorama en Chaitén era devastador. Si bien la costanera estaba reconstruída al internarse por sus calles se apreciaban los daños ocasionados por el volcán.

 

Nótece el nivel que alcanzó la ceniza. Al asomarse por las ventanas de aquella casa, las cenizas llegaban hasta la altura de tu cara.


Bosque muerto alrededor de Chaitén.



Luego de atravesar Chaitén nos encontrábamos con la única ruta a seguir durante las próximas dos semanas. Rodeada de altos y verdes cerros llenos de vertientes la ruta 7 nos daba la bienvenida.



El día fue largo, por suerte. Estábamos tan entusiasmados por conocer la carretera que caminamos alrededor de media hora mientras intentábamos que alguien nos llevara. Podríamos haber dejado las mochilas a un costado de la berma para hacer dedo, pero el paisaje era tan impresionante que no podíamos dejar de caminar.
La primera camioneta que nos llevó pertenecía al Parque Pumalín y la manejaba un guardaparque que iba hacia el sector de "El Amarillo". Mientras avanzabamos por la carretera nos iba informando sobre el trazado de la futura hidroeléctrica. Impactante.
Una vez en El Amarillo se lagó a llover. Por suerte había una garita, la única que había visto hasta entonces. Posteriormente nos enteraríamos que era parada de muchos mochileros, y larga parada. Al menos pasamos hora y media haciendo dedo hasta que un amable caballero ya de edad bien entrada nos recogió en una camioneta. Avanzamos un par de metros y encontramos un grupo de aproximadamente cinco mochileros más haciendo dedo. dentro de la cabina se subieron dos alemanes (a quienes nos los toparíamos con frecuencia el resto del viaje) y al pick up fueron a parar un par de españolas y una chilena. Este caballero nos avanzó un par de kilómetros más, resulta que tenía terrenos a la orilla del lago Yelcho que había transformado en camping y que venía de vuelta de haber dejado a su nieto en el embarcadero de Chaitén. Me hubiese encantado haber hecho del lago Yelcho una parada, pero teníamos poco tiempo para un ambicioso viaje. Así que ahí quedamos, en medio de la nada pero esta vez con Sol. El par de alemanes siguió caminando y los cinco restantes esperamos allí mismo. No pasó mucho tiempo hasta que un camión 3/4 parara y recogiera este grupo de cinco mochileros (y que ya llevaba dos a bordo). Andábamos de suerte. O quizás no tanta. Camión de lugareño a velocidades ridículas por la carretera en uno de sus peores tramos. Yo no sé cómo no salí volando del pick up. ¿El lago Yelcho? ni lo ví. lo bueno fue avanzar harto en poco tiempo. Cuando no tienes un medio de transporte seguro y no sabes dónde pasarás la noche el tiempo vale oro. Este camión nos dejaría en una pequeña localidad llamada Santa Lucía, un verdadero pueblo fantasma donde llovía, hacía frío y no pasaba ni un sólo auto hacia el sur. Todos decidieron caminar menos nosotros dos, así que quedamos literalmente tirados a una orilla del camino.



Estuvimos aproximadamente dos horas esperando algo, pero verdaderamente era un pueblo fantasma. Los únicos vehículos que circulaban eran los pertenecientes a una obra vial que se estaba llevando a cabo, y el resto, todos iban hacia Futaleufú.
Hacía frío y no para de llover. Por suerte era una lluvia ligera. Comenzamos a caminar hacia al pueblo, queríamos conversar con gente y preguntar por un bus que nos habían mencionado en Chaitén y que hasta el momento no había pasado. Las únicas personas que circulaban eran los trabajadores de la obra y ninguno sabía sobre aquél bus. A esas alturas yo estaba frustradísima. Y como mencioné en la introducción, en este viaje tuvimos suerte. Como por obra de magia aparecía a lo lejos una furgoneta a la que le hicimos dedo y se detuvo. Iba vacía. Subimos las mochilas, subimos nosotros y partimos. Pensamos que podía avanzarnos hasta La Junta, el último pueblo que hay antes del Queulat, pero resulta que el caballero iba hasta Puerto Aysén, es decir, nos podía dejar en el Queulat mismo.



Avanzamos un par de kilómetros y recogimos a los mochileros con los que habíamos llegado hasta Santa Lucía pero que habían decidido caminar. La furgoneta estaba llena, éramos un grupo grande, éramos 8. Conversamos mucho y el tiempo se pasaba rápido. Pero no todo podía ser tan perfecto: de un momento a otro una roca destruyó, literalmente, uno de los neumáticos de la furgoneta. Si bien contábamos con la rueda de repuesto, la gata estaba en pésimas condiciones, por lo que en esos momentos servía de nada. Bajamos todos incluyendo las mochilas (que eran gran parte del peso) e intentamos inútilmente de levantar el vehículo con nuestras manos. Inútilmente. Un par de minutos pasaron hasta que un auto que venía en contra se detuvo, preguntó hacia dónde estaba Futaleufú (se habían pasado en al menos unos cien kilómetros) y se largó, sin si quiera preguntar si necesitábamos ayuda. Quedamos perplejos. Pasó un rato más y luego un vehículo. Este sí tuvo la intención de ayudarnos, nos prestaron una gata y rápidamente cambiamos el neumático. Luego de los respectivos agradecimientos seguimos nuestro viaje hasta La Junta. Había leído que La Junta era el único lugar en Chile que contaba con un homenaje a Pinochet y así era: en el bandejón central de la carretera (si se puede llamar así) había una especie de monolito con una dedicatora a quien, bajo su mandatario, se habían realizados las obras viales de la carretera. En ese momento no me chocaría tanto. Compramos un par de cosas para comer y seguimos nuestro viaje. Ya estábamos cerca, la vegetación alrededor se volvía más virgen que nunca y las caídas de agua aumentaban. El hielo se hacía presente sobre las montañas y el mar llegaba hasta el pie de estas. Un par de curvas más y estabamos en la bifurcación hacia el sector ventisqero del Parque Nacional Queulat. Agradecidos nos despedimos y comenzamos a caminar. Eran dos kilómetros hacia la administración del sector. Iba cansada con la mochila en los hombros, pero el paisaje a mi alrededor me hacia olvidar todo. La vegetación, el aire, los colores, los aromas, cada uno era una experiencia nueva.
Al llegar a la administración nos derivaron al sitio común, típico entre mochileros. Habían de variadas nacionalidades. Intenté hablar con un alemán que no hablaba español y mi nulo inglés sólo se pronunció de esta manera: "i hope that tomorrow the sky open".


Esa fue la única vista que tuvimos del ventisquero.
Armamos la carpa que estaba nueva, así que sería la noche de prueba. De entrada nos dimos cuenta que las estacas doite son las peores estacas del mundo. Comimos, conversamos y nos fuimos a dormir esperando que se despejara.

Día 2: recorriendo los senderos del parque
Realmente no me sorprendió que se nublara más. Así es el Sur.
Desayunamos y partimos por el sendero más largo, el sendero hacia el mirador del ventisquero.


Luego de atravesar ese enorme puente colgante te internabas en este frondoso bosque.



Dos maravillosas horas de subida, donde en cada arbolito descubrías un mundo nuevo.


Ciervos volantes, estaba plagado de ellos.




Por fin llegábamos y con ansias esperaba que por la altura y cercanía se pudiese ver el ventisquero...




Pero sólo fue posible divisar el desagüe. Al menos tuvimos la recompenza de escuchar una agrietación del hielo. Esperamos mucho tiempo a ver si de suerte se despejaba pero nos dimos por vencidos y comenzamos a descender, habían más cosas que ver dentro del sector.

Algas marinas

Volvimos a la hora de almuerzo. Recuperamos la energía perdida en la subida y fuimos a ver el mirador desde el lago. Todo el tiempo se bordea el río ventisquero, proveniente del ventisquero mismo. El color me impresionaba y no sabía que el resto del viaje el color del agua sería lo más hermoso que vería.



Llegamos al lago y encontramos un puerto. Desde allí salen bote hacia la base del glaciar, debe ser una vista maravillosa.
La tranquilidad y paz del lugar nos envolvió y nos sentamos durante un largo período de tiempo en uno de los botes de la conaf a contemplar los colores y esencia del lugar y escuchar el silencio.
Una pareja llegó al poco rato y nos dieron el dato de visitar el bosque encantado, a un par de kilómetros hacia el sur de donde nos encontrábamos. Nos dijeron que a ellos se los habían recomendado especialmente porque al subir llegabas hasta una laguna que tenía los pedacitos de glaciar flotando. Sonaba muy atractivo.



En algún momento se me cruzó por la cabeza quedarme en el parque hasta que despejara, pero no teníamos todo el tiempo del mundo y se decía que era el inicio del temporal. Así que al día siguiente dejaríamos el parque y seguiríamos avanzando hacia el Sur por la ruta 7.



Mochileo 2012: Introducción a la Carretera Austral.


Nota inicial: Mochilear nunca ha sido fácil. Es cosa de suerte y muchas veces simplemente careces de ella. No cuentas con tiempo, tu distribución de horas se desvanece cada vez que debes pararte en los caminos a esperar que alguien de buena voluntad te lleve. Mucho menos cuentas con autonomía para detenerte en cada paisaje que te llame la atención. El camionero, transportista, lugareño, etc no se estacionará cada vez que a ti se te de la gana para tomar una fotografía o admirar por breves segundos tu alrededor. Es más, si ve un vehículo detenido y logra identificar que se trata de turistas, lo bocineará y más de una chuchada tirará. No todos son así, pero en la carretera austral está lleno de esa gente. Nosotros tuvimos suerte. Al menos al hacer el tramo sur de la carretera.

Debido a las movilizaciones que hubo el año pasado (2011) mis vacaciones se vieron profundamente afectadas. Reducidas a la mitad y con la mente puesta en que debía volver a dar exámenes decidí pese a todo, hacer un viaje épico, al lugar más abandonado, menos intervenido y con mayor cantidad de reservas naturales de Chile. Mi viaje partía en Puerto Montt y terminaba en Caleta Tortel. Así que al día siguiente de haber terminado mis clases agarré mi mochila, que había estado preparando con mucha anticipación debido a las ansias del viaje, mi cámara y me fui hacia Puerto Montt.
El mismo día que llegué salía una barcaza de la naviera, sin embargo, y por confiada me pasó, no quedaban boletos. Tuve que comprar para el tramo Castro – Chaitén, que partía a la noche siguiente, así que para pasar esa noche fui a visitar a mi familia de Quellón.


Puerto Montt y su mall

 Luego de un largo viaje en bus desde Puerto Montt hacia Quellón, llegamos a las cabañas del cerro, ubicadas en la loma que hay a la entradita de Quellón. Ahí es donde vive mi tía.



Tiene hasta su propio bosque

Violoncello

  
Conversaciones, comidas y el tiempo se pasó volando. Cercano a las 17 horas fui al paradero a hacer dedo. En poco rato paró un lugareño que iba hacia Nercón, 3 km antes de Castro. Era perfecto.
Cuando haces dedo no puedes regodearte con quién te vas. En este caso, el gentil hombre que me llevó hacia Nercón lo hizo a 140 km por hora. El tramo Quellón - Castro que aproximadamente es poco menos de 2 horas lo realizamos en alrededor de 40 minutos. Pasé miedo, pero llegué bien y con bastante tiempo extra para caminar por la ciudad.

Allí, ya estaba esperando Don Baldo.



Dejé mi mochila en un lugar seguro y salí a caminar. Seria una larga noche, por lo que bebí la que sería la última cerveza en mucho tiempo y comí decentemente.


Palafito en potencia.

Embarcada ya comenzaba el verdadero viaje. Yo estaba muy emocionada por lo que sería esta travesía. La carretera austral no es cualquier cosa, es difícil recorrerla. La región en sí es casi una isla.
Llegar y salir de ahí cuesta, sobretodo si no tienes planificadas las fechas como para hacer las reservas en la naviera.



Esa noche fue larga. Intente dormir en una butaca como las de los cines, es casi imposible. Si te parabas de tu silla llegaba alguien más y como se dice "eras" con tu butaca. Para mi suerte los tipos que iban a mi lado desaparecieron así que me acosté atravesada en las 3 butacas. Eran como las 3 de la mañana y por fin estaba un poco más cómoda.
A eso de las 5 a.m. desperté abruptamente y corrí a la proa del barco. Chaitén nos daba la bienvenida.
 
 
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