lunes, 11 de junio de 2012

Capítulo I: Chaitén - Queulat

Anterior Introducción a la Carretera Austral


Día 1: Primera impresión de la ruta 7
El panorama en Chaitén era devastador. Si bien la costanera estaba reconstruída al internarse por sus calles se apreciaban los daños ocasionados por el volcán.

 

Nótece el nivel que alcanzó la ceniza. Al asomarse por las ventanas de aquella casa, las cenizas llegaban hasta la altura de tu cara.


Bosque muerto alrededor de Chaitén.



Luego de atravesar Chaitén nos encontrábamos con la única ruta a seguir durante las próximas dos semanas. Rodeada de altos y verdes cerros llenos de vertientes la ruta 7 nos daba la bienvenida.



El día fue largo, por suerte. Estábamos tan entusiasmados por conocer la carretera que caminamos alrededor de media hora mientras intentábamos que alguien nos llevara. Podríamos haber dejado las mochilas a un costado de la berma para hacer dedo, pero el paisaje era tan impresionante que no podíamos dejar de caminar.
La primera camioneta que nos llevó pertenecía al Parque Pumalín y la manejaba un guardaparque que iba hacia el sector de "El Amarillo". Mientras avanzabamos por la carretera nos iba informando sobre el trazado de la futura hidroeléctrica. Impactante.
Una vez en El Amarillo se lagó a llover. Por suerte había una garita, la única que había visto hasta entonces. Posteriormente nos enteraríamos que era parada de muchos mochileros, y larga parada. Al menos pasamos hora y media haciendo dedo hasta que un amable caballero ya de edad bien entrada nos recogió en una camioneta. Avanzamos un par de metros y encontramos un grupo de aproximadamente cinco mochileros más haciendo dedo. dentro de la cabina se subieron dos alemanes (a quienes nos los toparíamos con frecuencia el resto del viaje) y al pick up fueron a parar un par de españolas y una chilena. Este caballero nos avanzó un par de kilómetros más, resulta que tenía terrenos a la orilla del lago Yelcho que había transformado en camping y que venía de vuelta de haber dejado a su nieto en el embarcadero de Chaitén. Me hubiese encantado haber hecho del lago Yelcho una parada, pero teníamos poco tiempo para un ambicioso viaje. Así que ahí quedamos, en medio de la nada pero esta vez con Sol. El par de alemanes siguió caminando y los cinco restantes esperamos allí mismo. No pasó mucho tiempo hasta que un camión 3/4 parara y recogiera este grupo de cinco mochileros (y que ya llevaba dos a bordo). Andábamos de suerte. O quizás no tanta. Camión de lugareño a velocidades ridículas por la carretera en uno de sus peores tramos. Yo no sé cómo no salí volando del pick up. ¿El lago Yelcho? ni lo ví. lo bueno fue avanzar harto en poco tiempo. Cuando no tienes un medio de transporte seguro y no sabes dónde pasarás la noche el tiempo vale oro. Este camión nos dejaría en una pequeña localidad llamada Santa Lucía, un verdadero pueblo fantasma donde llovía, hacía frío y no pasaba ni un sólo auto hacia el sur. Todos decidieron caminar menos nosotros dos, así que quedamos literalmente tirados a una orilla del camino.



Estuvimos aproximadamente dos horas esperando algo, pero verdaderamente era un pueblo fantasma. Los únicos vehículos que circulaban eran los pertenecientes a una obra vial que se estaba llevando a cabo, y el resto, todos iban hacia Futaleufú.
Hacía frío y no para de llover. Por suerte era una lluvia ligera. Comenzamos a caminar hacia al pueblo, queríamos conversar con gente y preguntar por un bus que nos habían mencionado en Chaitén y que hasta el momento no había pasado. Las únicas personas que circulaban eran los trabajadores de la obra y ninguno sabía sobre aquél bus. A esas alturas yo estaba frustradísima. Y como mencioné en la introducción, en este viaje tuvimos suerte. Como por obra de magia aparecía a lo lejos una furgoneta a la que le hicimos dedo y se detuvo. Iba vacía. Subimos las mochilas, subimos nosotros y partimos. Pensamos que podía avanzarnos hasta La Junta, el último pueblo que hay antes del Queulat, pero resulta que el caballero iba hasta Puerto Aysén, es decir, nos podía dejar en el Queulat mismo.



Avanzamos un par de kilómetros y recogimos a los mochileros con los que habíamos llegado hasta Santa Lucía pero que habían decidido caminar. La furgoneta estaba llena, éramos un grupo grande, éramos 8. Conversamos mucho y el tiempo se pasaba rápido. Pero no todo podía ser tan perfecto: de un momento a otro una roca destruyó, literalmente, uno de los neumáticos de la furgoneta. Si bien contábamos con la rueda de repuesto, la gata estaba en pésimas condiciones, por lo que en esos momentos servía de nada. Bajamos todos incluyendo las mochilas (que eran gran parte del peso) e intentamos inútilmente de levantar el vehículo con nuestras manos. Inútilmente. Un par de minutos pasaron hasta que un auto que venía en contra se detuvo, preguntó hacia dónde estaba Futaleufú (se habían pasado en al menos unos cien kilómetros) y se largó, sin si quiera preguntar si necesitábamos ayuda. Quedamos perplejos. Pasó un rato más y luego un vehículo. Este sí tuvo la intención de ayudarnos, nos prestaron una gata y rápidamente cambiamos el neumático. Luego de los respectivos agradecimientos seguimos nuestro viaje hasta La Junta. Había leído que La Junta era el único lugar en Chile que contaba con un homenaje a Pinochet y así era: en el bandejón central de la carretera (si se puede llamar así) había una especie de monolito con una dedicatora a quien, bajo su mandatario, se habían realizados las obras viales de la carretera. En ese momento no me chocaría tanto. Compramos un par de cosas para comer y seguimos nuestro viaje. Ya estábamos cerca, la vegetación alrededor se volvía más virgen que nunca y las caídas de agua aumentaban. El hielo se hacía presente sobre las montañas y el mar llegaba hasta el pie de estas. Un par de curvas más y estabamos en la bifurcación hacia el sector ventisqero del Parque Nacional Queulat. Agradecidos nos despedimos y comenzamos a caminar. Eran dos kilómetros hacia la administración del sector. Iba cansada con la mochila en los hombros, pero el paisaje a mi alrededor me hacia olvidar todo. La vegetación, el aire, los colores, los aromas, cada uno era una experiencia nueva.
Al llegar a la administración nos derivaron al sitio común, típico entre mochileros. Habían de variadas nacionalidades. Intenté hablar con un alemán que no hablaba español y mi nulo inglés sólo se pronunció de esta manera: "i hope that tomorrow the sky open".


Esa fue la única vista que tuvimos del ventisquero.
Armamos la carpa que estaba nueva, así que sería la noche de prueba. De entrada nos dimos cuenta que las estacas doite son las peores estacas del mundo. Comimos, conversamos y nos fuimos a dormir esperando que se despejara.

Día 2: recorriendo los senderos del parque
Realmente no me sorprendió que se nublara más. Así es el Sur.
Desayunamos y partimos por el sendero más largo, el sendero hacia el mirador del ventisquero.


Luego de atravesar ese enorme puente colgante te internabas en este frondoso bosque.



Dos maravillosas horas de subida, donde en cada arbolito descubrías un mundo nuevo.


Ciervos volantes, estaba plagado de ellos.




Por fin llegábamos y con ansias esperaba que por la altura y cercanía se pudiese ver el ventisquero...




Pero sólo fue posible divisar el desagüe. Al menos tuvimos la recompenza de escuchar una agrietación del hielo. Esperamos mucho tiempo a ver si de suerte se despejaba pero nos dimos por vencidos y comenzamos a descender, habían más cosas que ver dentro del sector.

Algas marinas

Volvimos a la hora de almuerzo. Recuperamos la energía perdida en la subida y fuimos a ver el mirador desde el lago. Todo el tiempo se bordea el río ventisquero, proveniente del ventisquero mismo. El color me impresionaba y no sabía que el resto del viaje el color del agua sería lo más hermoso que vería.



Llegamos al lago y encontramos un puerto. Desde allí salen bote hacia la base del glaciar, debe ser una vista maravillosa.
La tranquilidad y paz del lugar nos envolvió y nos sentamos durante un largo período de tiempo en uno de los botes de la conaf a contemplar los colores y esencia del lugar y escuchar el silencio.
Una pareja llegó al poco rato y nos dieron el dato de visitar el bosque encantado, a un par de kilómetros hacia el sur de donde nos encontrábamos. Nos dijeron que a ellos se los habían recomendado especialmente porque al subir llegabas hasta una laguna que tenía los pedacitos de glaciar flotando. Sonaba muy atractivo.



En algún momento se me cruzó por la cabeza quedarme en el parque hasta que despejara, pero no teníamos todo el tiempo del mundo y se decía que era el inicio del temporal. Así que al día siguiente dejaríamos el parque y seguiríamos avanzando hacia el Sur por la ruta 7.



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